Seguro que si decidimos titular este escrito como “El nuevo
mundo” en lugar de “El fin del mundo”, generamos menos interés, cuando en
realidad, tratándose de procesos, daría lo mismo un título que el otro. Siendo
así, ya desde la elección de un simple enmarque, advertimos una gran diferencia
de registro y de impacto entre lo amenazante de un viejo mundo y lo aún
indefinido que alborea.
La misma palabra “mundo”, piedra angular de lo “real” según
ciertas ideologías, es realmente el máximo exponente de la subjetividad humana.
Si bien somos seres sociales, cada vida conforma un “mundo” y ve el mundo
externo de maneras diferentes. Ha sido la fracasada lucha por imponer una única
visión de “normalidad” y de “cordura”, la que como corriente se manoteó la
palabra “mundo” tratando de asignarle una única interpretación de tipo
objetivo.
“Mundo”, es una palabra mucho más referida a lo soñado y
ensoñado, mucho más mitológica de lo que aún suele creerse en general.
Así las cosas, declaro “ver” un mundo viejo, ya muerto en
vida, con una característica central que defino como “culto a la personalidad”.
Tratemos de contextualizar eso intentando darle amplitud.
El individuo humano, en todos los pueblos, culturas y
momentos históricos pasados, siempre ha sido tenido por la última mierda.
Sometido, forzado y arrodillado siempre ante patrias, religiones, ejércitos,
identidades colectivas, etc...
En su subjetividad existencial concreta, ese individuo (cada
una/o de nosotras/os), tiene desde el inicio el impulso interno de irse
ventilando esas presiones que lo asfixian y le hacen sufrir. Siempre quiso ser
tenido en cuenta.
Pero tan amenazante y asfixiante era la presión que lo
subordinaba a aquellas identidades no elegidas que quien pudo (en la especie)
siguió toda clase de caminos, estrategias y artimañas para “tomar los cielos
por asalto”, para ser solamente él, y en todo caso los suyos, tenido en cuenta.
Ese ángulo de visión puede describir en síntesis la historia
del clasismo humano, los de supuesta sangre azul, los “grandes”, los poderosos
por herencia, los VIPs...
Nada más previsible que los poderes y las conductas
impositivas, a su vez se convirtieran por largos tiempos en imagen ensoñada por
grandes conjuntos, ya que finalmente, desde el punto de vista del proceso de
liberación del individuo, anhelaban igualmente un poquito de autonomía
pensante, sintiente y actuante...
Y tan potente fue ese ensueño, que llegó a ser central en
toda una civilización, la primera civilización que además alcanzaba la escala
planetaria, incluyendo de algún modo ya a todas las culturas.
El culto a la personalidad, tremenda fuerza compensatoria de
frustraciones y fracasos no reconocidos. ¡Yo! ¡yo! ¡yo! ¡el más grande! Y
también, ¡Él!, el más grande, como proyección del deseo de ser alguien...
(mitomanías).
Ese “yo” que viene a imponerse con su “visión”, que cuando
le proponen otro ángulo u otro modo, responde que no, porque no es lo que
imaginaba. Ese “yo” que no sabe fundirse (disolverse) ni escuchar, porque la
tensión empleada en auto-afirmarse es tal, que no le queda energía disponible
para atenderte. Ese “yo” primitivo, que ignora la superioridad y la infinita
riqueza de lo conjunto y plural frente a lo individual, por “genial” que se
crea. Ese “yo” romántico, compensatorio, cobarde y mezquino que todo lo
quisiera para sí, aunque sea en detrimento de los demás. Ese “yo” que en su
angustia y su miedo acaba por desconectarse y falsear su propio pasado y su
propio futuro, alcanzando anestesiadamente a su contexto social e histórico...
Y ese tipo de “yo” justamente ha sido el ensoñado por
siglos. Demoledora paradoja. El individuo humano está movido en el fondo por su
anhelo de liberación, y sin embargo practica y avala formas de comunicación y
organización sometedoras y ninguneantes. La diferencia es entre un individuo
dispuesto a violentarlo todo para que se le tuviera en cuenta, y un individuo
más evolucionado que también quiere ser tenido en cuenta, pero en la misma
medida que a cualquiera de sus semejantes, un individuo que ya sabe que el
resultado de toda construcción participativa es un “puerto” desconocido al que
llegar, y no la ingenuidad de aquello que imagina en su cabeza antes de
compartirlo y realizarlo.
Pues bien, cuánta razón llevaban nuestros amigos los mayas,
desde luego que ahora en diciembre 2012 llegamos ya al fin del mundo.
Ese mundo descrito ya no va más. No lo queremos. No funciona
ya, es un zombi. No lo querría ni el poderoso si pudiera volver a ser
consciente de sí mismo.
Un nuevo tejido de conciencia planetaria ha nacido ya en
nuestra especie, una nueva sensibilidad, reverso de los cultos a las
personalidades, buscador de cómo resolver esa brutal paradoja entre el
individuo y el conjunto social, entre sus conductas y sentires que experimenta
como contradicciones cuando se le oponen el “para-sí” y el “para-todos”...
En lo personal, como contemporáneo de este proceso, me
siento en una maravillosa y enorme crisis interna y externa, como si cambiara
la piel no sólo del cuerpo y del psiquismo, sino la del “alma”, como si
“muriera” yo también para poder renacer.
En uno pugnan constantemente aún las viejas fuerzas de la
violencia auto-afirmativa del yo, con las de lo calmo, querido, inspirado,
humilde, sensible, constructor, solidario, amable, desinteresado, dispuesto, valorador
del otro...
Valorar o no al otro, creer en él o no, es proyección
indisoluble respecto al trato y consideración que me doy a mi mismo. Qué es el
otro y qué soy yo, no pueden tener sino una misma respuesta de fondo, y la
cálida reflexión sobre eso es de tal magnitud e impacto, que me arroja a ese
nuevo mundo que ya nace.
Digo “me arroja”, primero porque atrás sólo quedan los
fracasos civilizatorios y personales, lo que ya no funciona ni me sirve, y
segundo y más importante, porque ahí quedo tendido en “el suelo”, desarmado,
sin saber aún cómo hacer, dónde participar, por dónde seguir, cómo comunicarme,
con qué lenguaje y con qué acciones... Por ahora, no puedo decirme con verdad
interna mucho más que: “yo que fui formado en un mundo de manipulaciones, qué
bien me siento hoy sin querer liderar un carajo...”
Y es necesario situar todo eso en proceso, los mundos se
encadenan y se continúan en otros. Era el fin de UN mundo...
Pero es bonito, es grande, es reconciliador eso que se
siente al decidirse a abandonar el viejo mundo externo e interno, para
regenerarse en uno nuevo. Quizás aún no se ven caritas de complicidad en ese
marco y esa alegría, pero sí, si “miramos” más por dentro a quienes nos rodean,
encontraremos infinidad de resonancias y sintonías que están removiéndose y
clamando por ese mismo renacer, necesitándolo desde nuestra concreta
subjetividad existencial.
En definitiva, estamos en la transición de un “fin de mundo”
a otro, que aún está conjuntamente por definir, incluso en sus aspectos arquitectónicamente
más fundamentales.
Xavier Batllés
Barcelona, 17-11-12
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