divendres, 1 de juliol del 2011

DISTINGUIR ENTRE EL ERROR Y LA MALA FE

Si a todas las personas que andamos por la calle y que tenemos casa, nos dijeran que en este preciso momento nos están robando en ella, dejaríamos todo y acudiríamos inmediatamente a intentarlo frenar y denunciar.
Y si una hipotética policía corrupta no viniera en nuestra ayuda, removeríamos cielo y tierra para minimizar los efectos de semejante avasallamiento.

Pues bien, debido a que todavía se vive una cultura casi estrictamente de lo perceptual inmediato, con serias dificultades para ver las cosas en la estructura en la que se insertan, no podemos ni avisarnos de que algo muchísimo peor que lo enunciado primero nos viene ocurriendo mientras las décadas transcurren.

Las fuerzas de la mala fe o anti-humanistas, en su desarrollo y pseudo-sofisticación de la burda ley del más fuerte, están vaciando nuestro valor, nuestra productividad, nuestros derechos logrados, nuestro conocimiento acumulado, nuestra salud, nuestro futuro y el de nuestros hijos, y también nos están raspando por dentro el cerebro y la esperanza mediante edulcorados bisturís sicologistas.
Esto está sucediendo con la estrategia de endeudamiento de países y personas.

Ahora que estos desalmados campan por su escala “global”, ¿cómo haremos para dar respuestas a la escala mundial que corresponde, e ir más allá de estas para poder seguir avanzando?

Por otra parte pero en relación a esto, recuerdo un grupo de experiencias traumáticas de mi infancia que reconozco aún pendientes de resolución práctica, más allá de la reconciliación con quienes me perjudicaron. Cada vez que concertaba un trueque de un cromo o un soldadito con un supuesto amiguito, y este lograba engañarme consiguiendo que yo le hubiera entregado dos para cerrar el “negocio” a cambio del único suyo, se me quedaba cara de bobo. Nunca supe responder a estos problemas con lo que por todas partes se escuchaba como recomendación, que era la desconfianza como modo de relación.
Pero aunque he llevado siempre esto como un valor, reconozco que algo pendiente y muy importante, como decía, se esconde tras esas experiencias.

Podría formularse así: ¿cómo distinguir el error de la mala fe?

Y si bien vamos sabiendo que ante el error no sólo es conveniente la máxima flexibilidad, sino que sería bueno hasta premiarlo, porque sólo se equivoca quien hace cosas y hacer cosas es justamente el único modo de aprender, las respuestas a cómo operar ante la mala fe parece que siguen ahí postergadas.


Los exitismos de clase dominante siempre calculan su “fuerza” y cuando la consideran superior se sienten arrastrados al juego sucio. Tal parece que siempre actúan desde una sicología de la ilusión sumergidos en la cual, al especular sobre sus posibles pérdidas de privilegios, eligen desplegar una intención deshumanizada al estilo matón.

Hoy me doy perfecta cuenta de que lo no resuelto y grave que sucede a la más compleja escala mundial, tiene los mismos parámetros que aquellos timos entre niños y aquellas caras de bobo. Se le venía llamando “hacer negocios”. Oculta lo ventajoso del poder de una de las partes. Es actuar de mala fe.

No obstante, si una vez más en la Historia imaginamos vencer a la mala fe exterminándola, una vez más perpetuaremos el péndulo vengativo de los hijos de aquel exterminio violento.
Si por el contrario, vamos considerando que en mi también está ese niño “estafador”, si voy considerando que reconozco el problema porque lo reconozco en mi, e imagino y hago algo nuevo con su gestión que lo integre sin humillar (me) y sin culpar (me), verdaderamente podría comenzar la Historia Humana, dejando atrás la conocida “ley del más fuerte” que sigue rigiendo en nuestro estadio anterior, el animal.

Llevando esto a lo social, tratando de llevarlo al modelo de fraternidad planetaria que estamos necesitando, me resulta evidente que la solución pasa por el abandono de casi todas las formas de lucha que nos han precedido. Ahora precisamos de una inteligencia colectiva superior que, bloqueando la acción del enemigo, sea capaz de verlo como humano confundido y asustado, sea capaz de no juzgarlo en su prepotencia y matonaje, sea capaz de no asfixiarlo sin salida. Precisamos de una inteligencia colectiva superior que al saber paralizar al enemigo, construya la realidad que quiere sin desgastarse en defensa ni en secundariedades.

No puede haber otro modo de llegar a esto que no sea con la suma de la inteligencia, la emoción y la acción de toda la buena gente de la Tierra.
Esa es la fuerza que tiene sentido ayudar a coordinar.